Instalación que consta de serie de 14 marcos de madera lacada negra dispuestos en línea al muro de la sala. Dichos marcos se autoiluminan por lámparas de bronce y una luz tenue; en el campo del cuadro se ve una lija al agua negra y encima de ésta, serigrafiado en el vidrio, un texto en el que se lee:
“EN ESTA CASA
EL 12 DE ENERO DE 1989
LE FUE REVELADO A GONZALO DÍAZ
EL SECRETO DE LOS SUEÑOS”
Esta frase parafrasea la famosa carta escrita por Freud a su amigo Fliess. Cada uno de los marcos tiene una repisa que nace de la misma moldura y que sostiene un vaso de vidrio con agua; los marcos están numerados del 1 al 14 con números romanos de bronce montados al muro, bajo éstos.
Junto a esta serie de cuadros o “vía crucis” se ha construído una estructura de cuartones de pino que sostiene gran cantidad de piedras bolones de río rubricadas con números blancos. Un tubo de argón se ha instalado en un costado de la estructura.
Texto de contratapa, catálogo Lonquén, Galería Ojo de Buey, 1989
Sólo después de diez años de retención metabólica, de mirar lo que ocultan esas fauces fotográficas de medio punto —arquitectura adecuada a la magnitud de una masacre— se me ha hecho posible enfrentar directamente el Via Crucis de este pavoroso asunto. Lonquén, el punctum pestilente que aflora con porfía desde la ciénaga espesa del monótono discurso oficial, revelando su exacta contradicción. Un ejemplo que, desgraciadamente, ha multiplicado sus manifestaciones y que resume en cada piedra de escándalo de sus oscuros arcos, todos los lugares y fosas comunes del régimen. El paradigma que soporta y condiciona todos sus éxitos…
Quizá diez años sea poco tiempo para restaurar y restaurarnos de lo que hemos destruido en esta década y media de vandalismo público y desenfreno estatal. Distorsión que el arte apenas puede nombrar, indicándolo.
Única condición para poner el dedo del arte en la llaga de la política: una extrema delicadeza que haga de esta usura una construcción soportable, delicadeza que ha demorado diez años en tejerse, distancia y peso suficiente para habilitar una relación inesperada: la actividad del sueño y el ejercicio sacramental de la confesión. Confesamos nuestros crímenes como soñamos nuestros deseos. Algo allí sale a luz, a nuestro entendimiento y a la luz pública, un conocimiento, un expreso secreto, un dato suficiente, materiales para un signo concreto.
Oscuridades fragmentadas que hilvanamos para iluminar un hecho, un lugar exacto, un episodio, una escena nocturna de puro horror...
Gonzalo Díaz.